6.53
am.
No
había tiempo que perder.
Se
miró frente al espejo sin poder encender la luz. Sus oscuros ojos negros y su
piel clara contrastaban aún más reflejados con esa tenue luz en aquel cuarto de
baño. Se puso las lentillas azules, se colocó la peluca rubia, y se arregló un
poco los rizos que le caían sobre la frente. Sin maquillaje. Ni pintalabios, ni
sombras de ojos. Nada a lo que estaba acostumbrada cada noche de cada día. Se
puso las gafas de pasta. La camiseta de aquella marcas de bebidas corroída por
el tiempo y unos vaqueros que apenas se aguantaban sobre su cintura. Las
zapatillas de deportes de un numero más y aquellas pulseras de cuero sobre su
muñeca derecha.
En
otra circunstancia podría haber sido algo divertido pero en esta ocasión era un
momento de vida o muerte. Salió de casa y mientras caminaba con un aire
masculino totalmente alejado al andar de modelo que lucía sobre sus altos
tacones de aguja cada noche, se fue acercando a la furgoneta señalada, según le
habían confirmado en la llamada de teléfono que había recibido previamente. Si
todo iba bien, cruzaría por delante de ella y no pasaría nada. Respira hondo y
no mires, se dijo así misma.
***
El
agente Franco había recibido la orden de realizar una vigilancia estrecha de
Marta Herrero, más conocida por Martina. Había robado y traspasado información
sacada a políticos y personalidades de las altas esferas. Si la información o
el dinero hubiera sido de algún pobre diablo nada habría pasado. Pero uno de
esos días Martina había tocado a alguien demasiado importante y había llegado
demasiado lejos. Así que allí estaban. Furgoneta camuflada como si fuera de una
panadería del barrio. Cámaras fotográficas y de video y todo el equipo para
hacer una detención exprés y llevar a Martina lo más rápido posible a
interrogar. Y posiblemente, hacerla desaparecer por una larga temporada. Habían
pasado la noche esperando y ya las fuerzas empezaban a escasear. De momento no
había pasado nadie. Una familia, un señor mayor y ahora esta chica rubia, que
no se correspondía con la modelo y sensual Martina.
***
Cuando
cruzó la furgoneta aún seguía conteniendo la respiración. Dobló la esquina y
empezó a correr. Su vida dependía de ello. Llegó a la siguiente manzana, allí
estaba la estación de autobuses. Esperó el semáforo. La luz cambió. Cuando se
disponía a cruzar un coche paró casi encima de sus pies. Pensó que estaba
perdida, la habían descubierto. La oscura ventanilla se bajó.
-Sube.
No hay tiempo.
Entró
rápida en el coche sin pensárselo dos veces. Cerró la puerta y en ese instante
la furgoneta, a ritmo lento, se colocó justo al lado del coche. El semáforo
seguía rojo. A pesar de las ventanillas tintadas, Martina no quiso mirar. Se
quedó inmóvil como si un pequeño movimiento la hiciera perder su supuesta invisibilidad.
El semáforo cambió a verde, la furgoneta siguió recta y el coche giró a la
derecha. ¿Estaba a salvo? Ni siquiera se había atrevido a mirar quien conducía y aún no sabía si había sido buena idea subir a aquel coche, pero
al menos parecía haber esquivado la furgoneta por ahora.
***
Marta
había empezado a trabajar como striper algunas noches al mes. Se sacaba un
dinero para pagarse la carrera de psicología y le divertía la situación. Su
belleza natural, su altura, su estilo y sus modales de clase alta hicieron que
pronto le llegaran otras proposiciones y otros salarios. Como pasaba con muchas
chicas se fue dejando llevar presa del dinero, las comodidades y las
proposiciones hasta verse arrastrada a un nivel de vida donde todo tenía un
precio y un precio muy alto.
Un
día conoció a un periodista que le sugirió sacar aún más partido a su trabajo.
La propuesta parecía sencilla. Un poco de somníferos en una bebida, lo justo y suficiente
para que después del sexo los clientes quedaran plácida y profundamente
dormidos y le dieran un tiempo suficiente para actuar. Algunos archivos, alguna
fotos comprometedoras, algunas conversaciones privadas sacadas de sus tabletas
o smartphones y él se las pagaría a precio de oro. Además, la convenció diciéndole
que siempre sería un seguro de vida para ella si alguna vez le pasaba algo,
digamos fuera de lo normal.
Así,
Marta, empezó a vender fotos de futbolistas con amantes, conversaciones
privadas de empresarios con otros colegas acerca de ventas irregulares y
evasión de impuestos, asuntos turbios relacionados con extorsión y narcotráfico
de algún político… Pronto se daría cuenta que casi todos tenían secretos que
guardar, sin embargo no se daría cuenta de algo tan obvio como que estaba
llegando demasiado lejos.
Entre
todos esos personajes, hubo uno que le llamó la atención, por más que indagó y
buscó no encontró nada, absolutamente nada, que pudiera ser ilegal o útil para
un posible chantaje, salvo que usaba un nombre falso a la hora de quedar con
ella. Bueno, ella hacía lo mismo al fin y al cabo. Tan especial y único fue
aquello, que a partir de aquel día empezó a mirarlo de otra forma, y en la
tercera cita empezó a sentir algo más por él. Sabía que no debía, que no
entraba en sus planes, ¿pero quién podía controlar aquello? Hasta las grandes
espías se enamoraban, se decía.
***
Rubén,
como se hacía llamar, tenía contactos con algunos partidos políticos y con la
policía. Sabía un poco de todo y de todos, y era una de esas personas que a la
hora de la verdad querías tener de tu lado. Nunca le diría cómo ni por qué,
pero aquella mañana dejó todo para llamarla desde una cabina y salió corriendo en
su busca sin pensárselo dos veces.
Ahora
con ella temblando en el coche, y sin que ella hubiera sido capaz aún de
mirarlo, se daba cuenta que no tenía un plan, no tenía dónde llevarla, ni un
consejo que darle. Sólo quería estar con ella para lo bueno y para lo malo, que
no le pasará nada y sobre todas las cosas, abrazarla.
Giró
a la derecha y mantuvo la dirección hacía la salida más cercana de la ciudad.
Pasarían la noche fuera, y luego ya verían. Él estaba dispuesto a no volver.
Por primera vez en su vida sentía que llevaba consigo todo lo que quería y necesitaba.
Paró en la gasolinera justo antes de la inminente salida. En ese momento, y por
primera vez ella se atrevió a girar la cabeza y mirarlo. No supo si sentía lo
mismo que él, o si el miedo fue menos miedo cuando lo vio, pero se abrazaron
por unos minutos que parecieron no ser suficientes.
No
había tiempo que perder. El plan por ahora, conducir tan lejos como pudiera y
Dios diría. Ya pensarían en algo. Algunas historias de amor funcionan
eternamente, y esta sería una de ellas. Aunque los dos sabían que las historias
de amor entre espías siempre fueron las más difíciles entre todas las historias de
amor.