viernes, 2 de mayo de 2014

El pie derecho

La segunda vez que pasó eran las 4:03 de la mañana. Nada más abrir los ojos lo supe. Había vuelto a pasar. Aquel tirón, otra vez del calcetín de mi pie derecho me llamaba de nuevo a levantarme. Pase la mirada de izquierda a derecha, mi cuerpo, inmóvil. Observé lentamente toda la habitación, sin moverme ni un ápice y sin saber muy bien que prefería encontrarme en la habitación o a los pies de la cama. No se si hubiera sido mejor encontrarme a alguien real o comprobar que definitivamente, allí no había nadie. Pero lo había sentido. Otra vez. La segunda vez en el último mes. Me pregunté cuántas veces tendría que pasarme para convencerme de que no lo soñaba. Y que algo o alguien parecía intentar despertarme. Al igual que la primera vez mis sensaciones fueron extrañas y hasta pasados unos minutos no fui capaz de reaccionar. No fui capaz o no quise, por que el miedo me agarrotaba los músculos. Tras recuperarme del susto, pude volver a ponerme bien el calcetín, con más miedo que otra cosa, e intenté conciliar el sueño mientras vigilaba mis pies y esperaba que de un momento a otro volviera a pasar… Puse la radio para intentar distraerme y finalmente, el sueño me venció y quedé dormido.

Todo empezó hace exactamente un mes. Aquella noche, mientras veía una película sentado en mi cómodo sofá del salón, me tomé un par de copas de vino que en breve hicieron su efecto dejándome profundamente dormido. Recuerdo que eran las 3 y algo de la mañana cuando sentí un fuerte tirón de mi pie derecho que sobresalía fuera del sofá. Me desperté asustado y pude ver que incluso el calcetín se había salido de mi pie y estaba en medio de la alfombra del salón. ¿Tenía algún sentido todo aquello? En ese instante pensé que no, simplemente no volvería a tomar aquel vino y achaqué todo a una mala pesadilla. Sin darle mayor importancia me fui a la cama. Aquello habría quedado en una anécdota de no ser porque se repetiría dos veces más.

Ayer, por tercera vez, cerca de las 4 de la mañana aquella cosa invisible volvió a agarrarme del pie y a tirarme como llamándome a algo. Como diciéndome: "Venga levántate, no hay tiempo que perder". Aunque esta vez todo sería distinto. Tal como desperté, recordé el día del vino y el sofá y entre extrañado y asustado me pregunté que demonios estaba pasando. Me armé de valor y esta vez sí, me levanté buscando que demonios era aquello y fuera lo que fuese que podía querer de mi. Recorrí el pequeño apartamento sin encontrar nada extraño, miré a uno y otro lado en el cuarto intentando buscar una explicación. Luces apagadas, todo en silencio, todo en orden.

Justo antes de volver a la cama, y sin saber muy bien por qué eché un vistazo por la ventana. Una de esas acciones que ahora a tiempo pasado no sabes muy bien que te llevó a ello. Al principio dudé de lo que estaba viendo, no me lo podía creer, pero no lo estaba soñando. Me froté varias veces los ojos y comprobé hasta tres veces la hora. Allí, justo debajo de mi ventana, había un niño de unos 4 años sentado en medio de la carretera y parecía estar jugando con un muñeco. Miré a un lado y a otro de la calle intentando encontrar una explicación para aquella extraña situación. ¿Qué demonios hacía un niño pequeño en pijama en medio de la carretera a esas horas de la noche?

Era de madrugada, no parecía haber ningún adulto alrededor y el riesgo de que un coche pudiera atropellar al pequeño era alto. Corriendo y sin pensarlo, bajé las escaleras desde el segundo piso saltando los escalones de tres en tres y salí a la calle. Al abrir la puerta, el destello de los faros de un coche que se aproximaba a lo lejos por esa carretera me deslumbró por un momento. Se me encogió el corazón. Tenía que darme prisa. Corrí todo lo que pude, acorté camino a través del jardín que rodeaba el edificio, no estaba seguro si lo iba a conseguir pero me iba a jugar la vida por aquella criatura. Justo en el momento en el que el coche se encontraba a escasos metros del niño conseguí de un salto ponerme entre el coche y el niño haciendo aspavientos para que el coche parara. Hubiera gritado pero la voz ahogada por el esfuerzo no llego a salir de mi garganta. El coche frenó en seco y a escasos centímetros de mis rodillas que temblaban por el miedo y el esfuerzo, mientras mi cabeza girada y mis ojos cerrados se habían abandonado a la suerte. En aquel momento, con las manos levantadas cubriéndome la cara, asustado y deslumbrado por los faros no supe si el conductor había visto al niño, pero diría que no. El pobre hombre salió asustado casi sin poder hablar, mirándome en busca de una explicación para aquella situación. Me encogí de hombros y me aparté dejándole ver al crío detrás de mi.

Cuando me giré, pude observar que el niño estaba sentado jugando, de espaldas al coche, inmutable a todo. Cuando intenté hablarle me di cuenta, tenía los ojos cerrados, era sonámbulo.

No sé como había llegado allí, pero allí estaba, en medio de la carretera jugando, ajeno a todo. El conductor del coche y yo decidimos que lo mejor sería llamar a la policía y no despertar al niño. Los dos habíamos escuchado esas historias sobre que no era bueno despertar a un sonámbulo, aunque ninguno de los dos acertamos a saber por qué, y aunque barajamos la idea de despertarlo no sabríamos muy bien que hacer con él.

Cuando llegaron los padres, sobrepasados por la situación, me dieron las gracias por haber salvado la vida de su hijo. No eran necesarias, aunque el conductor reconoció que si no llega a ser por mi posiblemente lo hubiera atropellado. Los padres me contaron que Tomás, que así se llamaba el niño, era sonámbulo y que por las noches muchas veces se levantaba, pero era la primera vez que había salido de casa. Vivían a dos manzanas de aquella calle y no tenían muy claro como el niño pudo llegar sólo y dormido hasta allí. A partir de ahora vigilarían las cerraduras, se dijeron repetidas veces bastante apesadumbrados por el susto.

Con excesivo mimo y cariño despertaron a Tomás. Lo primero, era no asustarlo demasiado y darle un poco de normalidad a todo aquello. Le dieron un beso y lo cogieron en hombros con sumo cuidado. Tomás miro extrañado donde estaba y el espectáculo que se había montado. Me acerque a él con actitud cariñosa y le di un beso en la cabeza mientras el padre lo sujetaba en brazos. El pequeño Tomás, con cara de sueño y la cabeza apoyada en el hombro del padre, me miró de arriba a abajo lentamente y detuvo su mirada en mis pies, los señaló, y esbozando una media sonrisa, dijo tan sólo una palabra, un nombre: "Kyara".


Cuando miré mis pies me di cuenta que con las prisas sólo llevaba un calcetín, mi pie derecho estaba desnudo. Al salir corriendo y angustiado por salvarle la vida ni siquiera me había dado cuenta de ello. La madre, moviendo la cabeza de lado a lado me miró y me dijo:


- No le de importancia. Nuestra perra Kyara falleció hace un mes y jugando por las noches siempre le quitaba el calcetín de su pie derecho para que se levantara a jugar con ella.
Ahora todo encajaba. Kyara me había estado despertando y preparándome para salvar la vida de Tomás justo en ese momento. Justo ese día. Nunca había creído ni pensado demasiado en el más allá o en los espíritus pero obviamente había pasado a ser una más de esas personas que viven algo extraordinario y paranormal.

Volví a casa, dándole vueltas a todo aquello, y antes de irme a dormir, le di las gracias a Kyara por aquella experiencia. En ese momento un frío recorrió la habitación de lado a lado, como si una ventana se hubiera abierto, y noté que algo se subía o presionaba el colchón por unos segundos. Después, la sensación y el frío se fueron y todo quedó en un silencio mayor de lo habitual.

Puse la radio, y antes de que el sueño llegará, me volví a poner el calcetín en mi pie derecho y saqué, seguro de mi, la pierna fuera del colchón. Sólo por si me necesita de nuevo pensé.