miércoles, 12 de marzo de 2014

La servilleta

El pequeño Juanito y la pequeña Lucía, con diez y ocho años respectivamente, se prometieron amor eterno entre los columpios del parque donde habían compartido risas y juegos durante las tardes de aquel curso escolar.

- Acuérdate de mí ¿eh?. Prométeme que siempre serás mi amiga. Siempre, siempre. Mi mejor amiga. Y algún día iré a buscarte y nos casaremos. ¿Verdad que sí?
- Eso, eso… - Susurró ella en voz baja. Si cuando seas mayor… mayor mayor… como 30 o 40 años o así, si no tienes novia ni hijos, escríbeme y nos casaremos. ¿Me lo prometes?
-  Te lo prometo, Lucía… Espera, espera, tenemos que firmar un contrato, si no, no vale de nada. Me lo ha dicho mi padre, que si las cosas no se firman no cuentan. 

Juanito salió corriendo tan rápido como le permitieron sus menudas piernas, como si con tan sólo diez años supiera que su vida entera dependía de ese momento. Llegó a la terraza del bar donde su madre charlaba con otras madres mientras vigilaban de cerca a los niños, cogió una servilleta y volvió corriendo hacia Lucía, que lo miraba con los ojos completamente abiertos y sorprendida de verlo casi volar.

- ¿Tienes un rotulador? Con lápiz no, que se borra… - Rió mientras se inclinaba sobre sus rodillas intentando recuperar el aliento. - Mi padre me ha dicho que se pone así:

“Yo Juanito,
prometo que cuando cumpla 35 años si no tengo mujer te buscaré para casarme contigo” – escribió con una letra redondeada y clara. Y firmó con un simpático garabato debajo. - Ahora tú.
- Yo, Lucía Martínez, prometo que cuando cumpla 33 años si no tengo un esposo y me buscas, me casaré contigo – Y firmó dibujando una “L” y un pequeño sol sonriente.
- Quédatela tú.
- No, quédatela tú. Tu siempre cuidas mejor los cuadernos y los lápices – Respondió Juanito sin dejar lugar a dudas.

Y con un tierno beso en la mejilla, y sin dejar de mirarla a los ojos, cerró su mano sobre la pequeña mano de Lucía y sobre aquella servilleta firmada por los dos. Así Juanito, decía adiós a su mejor amiga, a su primer amor, a su compi de juegos, a la niña de ojos verdes y pelo rubio con tirabuzones. La de la sonrisa traviesa y los educados modales. Sus padres se mudaban a otra ciudad y quien sabe si alguna vez en el camino de la vida se volverían a ver. Pero con esa servilleta firmada, los dos sintieron que todo a partir de ahora saldría bien a pesar de la distancia.

- ¿Qué llevas ahí cariño? – Le preguntó el papá de Lucía cuando la vio llegar a casa con la servilleta en la mano, sosteniéndola como si de una preciada joya se tratara.
- Nada papá – Y se la guardó en el bolsillo de la falda a la vez que salía corriendo hacia su cuarto.

***

Tras llegar a casa, y haberse tomado unas copas de más con su “último y nuevo mejor amigo”, Juan se tumbó en la cama pensando en lo triste y sólo que se sentía tras dos fracasos sentimentales seguidos. El último año había sido un desastre en cuanto al amor se refería y mañana cumpliría 35 “añazos”, como él se repetía una y otra vez. Mientras el universo de la pequeña habitación de su apartamento parecía girar y girar por el efecto del alcohol, intentó echar el ancla sentándose en la cama, abrió su ordenador portátil y abrió Facebook.  

- Veamos que se cuece por aquí – Dijo, en una voz demasiado alta para ser de madrugada y mientras cotilleaba fotos y actualizaciones de las últimas “ex” que había tenido. – Menudo desastre. Todas con novios, en una relación, comprometidas, y saliendo con su nueva pareja en el muro. Pssssss… ¡Qué ruina! – Espetó, sintiéndose triste por él mismo.

- A ver ¿Marta?… mmm dos niños… ¿Raquel?... Casada… y María, en una relación. El novio está más fuerte que yo y con más pelo – Dijo a la vez que empezó a reír… - Sólo me va a quedar la del parque… ¿Y aquella niña? Sí, como se llamaba…. Lourdes… Leticia… no… ¡¡¡Lucía!!! ¡Sí! ¿Qué será de ella? Sería genial encontrarla. Lucía… Lucía Martínez… sí…. ¿Ésta? No lo creo, tenía los ojos verdes… estará casada seguro. Con cinco hijos y gorda como una vaca – Gritó medio cantando mientras el cursor del ratón se deslizaba de foto en foto. Pero de repente la risa se cortó como un cuchillo - Esta, esta tiene que ser… joder, está preciosa.

Sería efecto del alcohol, sería efecto de la nostalgia pero Juan se convirtió en Juanito y se transportó al parque por unos instantes, y entre los columpios tuvo la cara de Lucía frente a frente, sintió la mano de ella cerrándose sobre su mano y guardando aquella servilleta…

- Espera… Lucía tiene una relación… Mierda. Lo sabía. Con esa cara… estaba claro. De todas formas, le escribiré. Me encantaría saber que es de ella. Si todavía tiene aquel peluche que le regalé por su cumpleaños. Posiblemente si le escribo ahora a las 5.53 am no me crea o no me tome en serio pero si no lo hago ahora no lo hare nunca.

“Querida Lucia,
no se si te acordaras de mí. Soy Juan, bueno, Juanito, del parque. Fuimos novios… amigos jejeje, cuando éramos pequeños. Me ha alegrado encontrarte por aquí y ver que todo te va bien.
Te mando un beso, escríbeme y cuéntame que tal te va anda…

PD: Por cierto mañana cumplo 35 años. Veo que tienes una relación, así que… bueno… sólo espero que sigas conservando aquella servilleta. Un beso, Juanito.”

***

Lucía estaba medio despierta en la cama cuando escuchó el sonido del móvil avisándola de que tenía un mensaje nuevo en Facebook.

- No, otra vez, no… Voy a tener que silenciarlo… - Lucía miró la foto de Juan en la pantalla del teléfono y a pesar de no reconocerlo, no recordaba haber visto a un chico tan guapo en mucho tiempo.
- ¿Y este quién es? – Dijo con un tono molesto - Mensaje enviado a las 5.53… Un guarro – Murmuró, mientras iba leyendo el correo de Juan y su voz se iba apagando a la vez que una sonrisa se marcaba y aparecía en sus labios. - ¡No me lo puedo creer! – Gritó, dando un salto de la cama y agarrando el perrito “Snoopy” de peluche que tenía en la mesilla de noche junto al despertador. Lo giró, bajó la vieja cremallera y sacó la servilleta firmada por los dos. El papel estaba amarillento. ¿Cuándo fue la última vez que la había mirado?. Casi no se podía leer nada. Corrió a la ventana y puso la servilleta contra el cristal. Allí estaba. La tenía. Y los rayos del sol atravesaron la ventana, iluminaron la servilleta y sus preciosos ojos verdes se abrieron como aquel día viendo a Juanito correr… Allí estaban, los redondos trazos de rotulador podían aún leerse con la luz del amanecer. Unos rayos de sol que le calentaron las manos y el pecho…

- ¡Qué recuerdos, qué momentos, qué ilusión! - Veinticinco años sin verlo y sin saber de él. Estaba guapo, aún conservaba esos ojos marrones tan vivos y esa sonrisa de medio lado que hacía que fuera el único con el que quería jugar en los columpios.


Hacía unas semanas que Lucía había empezado a salir con un chico del trabajo que había estado insistiéndole durante todo el último año. Pero en aquel instante, en ese momento en que Lucía vio junto a la ventana de su dormitorio que su letra y la de Juanito aún eran visibles en aquella vieja servilleta guardada en un peluche, tembló y sintió algo tan fuerte que sabía que a pesar de los veinticinco años de distancia, un contrato era un contrato, y algo en su corazón le decía que tenía muchas posibilidades de cumplirlo.

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