El
pequeño Juanito y la pequeña Lucía, con diez y ocho años respectivamente, se
prometieron amor eterno entre los columpios del parque donde habían compartido
risas y juegos durante las tardes de aquel curso escolar.
- Acuérdate de mí ¿eh?. Prométeme que siempre
serás mi amiga. Siempre, siempre. Mi mejor amiga. Y algún día iré a buscarte y
nos casaremos. ¿Verdad que sí?
-
Eso, eso… - Susurró ella en voz baja. Si cuando seas mayor… mayor mayor… como
30 o 40 años o así, si no tienes novia ni hijos, escríbeme y nos casaremos. ¿Me
lo prometes?
- Te lo prometo, Lucía…
Espera, espera, tenemos que firmar un contrato, si no, no vale de nada. Me lo
ha dicho mi padre, que si las cosas no se firman no cuentan.
Juanito
salió corriendo tan rápido como le permitieron sus menudas piernas, como si con
tan sólo diez años supiera que su vida entera dependía de ese momento. Llegó a la
terraza del bar donde su madre charlaba con otras madres mientras vigilaban de
cerca a los niños, cogió una servilleta y volvió corriendo hacia Lucía, que lo
miraba con los ojos completamente abiertos y sorprendida de verlo casi volar.
- ¿Tienes un rotulador? Con lápiz no, que se
borra… - Rió mientras se inclinaba sobre sus rodillas intentando recuperar el
aliento. - Mi padre me ha dicho que se pone así:
“Yo Juanito,
prometo que cuando cumpla 35 años si no tengo
mujer te buscaré para casarme contigo” – escribió con una letra redondeada y
clara. Y firmó con un simpático garabato debajo. - Ahora tú.
- Yo, Lucía Martínez, prometo que cuando
cumpla 33 años si no tengo un esposo y me buscas, me casaré contigo – Y firmó
dibujando una “L” y un pequeño sol sonriente.
- Quédatela tú.
- No, quédatela tú. Tu siempre cuidas mejor
los cuadernos y los lápices – Respondió Juanito sin dejar lugar a dudas.
Y con un tierno beso en la mejilla, y sin
dejar de mirarla a los ojos, cerró su mano sobre la pequeña mano de Lucía y
sobre aquella servilleta firmada por los dos. Así Juanito, decía adiós a su
mejor amiga, a su primer amor, a su compi de juegos, a la niña de ojos verdes y
pelo rubio con tirabuzones. La de la sonrisa traviesa y los educados modales.
Sus padres se mudaban a otra ciudad y quien sabe si alguna vez en el camino de
la vida se volverían a ver. Pero con esa servilleta firmada, los dos sintieron
que todo a partir de ahora saldría bien a pesar de la distancia.
- ¿Qué llevas ahí cariño? – Le preguntó el
papá de Lucía cuando la vio llegar a casa con la servilleta en la mano,
sosteniéndola como si de una preciada joya se tratara.
- Nada papá – Y se la guardó en el bolsillo
de la falda a la vez que salía corriendo hacia su cuarto.
***
Tras
llegar a casa, y haberse tomado unas copas de más con su “último y nuevo mejor
amigo”, Juan se tumbó en la cama pensando en lo triste y sólo que se sentía
tras dos fracasos sentimentales seguidos. El último año había sido un desastre
en cuanto al amor se refería y mañana cumpliría 35 “añazos”, como él se repetía
una y otra vez. Mientras el universo de la pequeña habitación de su apartamento
parecía girar y girar por el efecto del alcohol, intentó echar el ancla
sentándose en la cama, abrió su ordenador portátil y abrió Facebook.
-
Veamos que se cuece por aquí – Dijo, en una voz demasiado alta para ser de
madrugada y mientras cotilleaba fotos y actualizaciones de las últimas “ex” que
había tenido. – Menudo desastre. Todas con novios, en una relación,
comprometidas, y saliendo con su nueva pareja en el muro. Pssssss… ¡Qué ruina!
– Espetó, sintiéndose triste por él mismo.
-
A ver ¿Marta?… mmm dos niños… ¿Raquel?... Casada… y María, en una relación. El
novio está más fuerte que yo y con más pelo – Dijo a la vez que empezó a reír…
- Sólo me va a quedar la del parque… ¿Y aquella niña? Sí, como se llamaba….
Lourdes… Leticia… no… ¡¡¡Lucía!!! ¡Sí! ¿Qué será de ella? Sería genial encontrarla.
Lucía… Lucía Martínez… sí…. ¿Ésta? No lo creo, tenía los ojos verdes… estará
casada seguro. Con cinco hijos y gorda como una vaca – Gritó medio cantando
mientras el cursor del ratón se deslizaba de foto en foto. Pero de repente la
risa se cortó como un cuchillo - Esta, esta tiene que ser… joder, está
preciosa.
Sería
efecto del alcohol, sería efecto de la nostalgia pero Juan se convirtió en
Juanito y se transportó al parque por unos instantes, y entre los columpios
tuvo la cara de Lucía frente a frente, sintió la mano de ella cerrándose sobre
su mano y guardando aquella servilleta…
-
Espera… Lucía tiene una relación… Mierda. Lo sabía. Con esa cara… estaba claro.
De todas formas, le escribiré. Me encantaría saber que es de ella. Si todavía
tiene aquel peluche que le regalé por su cumpleaños. Posiblemente si le escribo
ahora a las 5.53 am no me crea o no me tome en serio pero si no lo hago ahora
no lo hare nunca.
“Querida
Lucia,
no
se si te acordaras de mí. Soy Juan, bueno, Juanito, del parque. Fuimos novios…
amigos jejeje, cuando éramos pequeños. Me ha alegrado encontrarte por aquí y
ver que todo te va bien.
Te
mando un beso, escríbeme y cuéntame que tal te va anda…
PD:
Por cierto mañana cumplo 35 años. Veo que tienes una relación, así que… bueno…
sólo espero que sigas conservando aquella servilleta. Un beso, Juanito.”
***
Lucía
estaba medio despierta en la cama cuando escuchó el sonido del móvil avisándola
de que tenía un mensaje nuevo en Facebook.
-
No, otra vez, no… Voy a tener que silenciarlo… - Lucía miró la foto de Juan en
la pantalla del teléfono y a pesar de no reconocerlo, no recordaba haber visto a
un chico tan guapo en mucho tiempo.
-
¿Y este quién es? – Dijo con un tono molesto - Mensaje enviado a las 5.53… Un
guarro – Murmuró, mientras iba leyendo el correo de Juan y su voz se iba
apagando a la vez que una sonrisa se marcaba y aparecía en sus labios. - ¡No me
lo puedo creer! – Gritó, dando un salto de la cama y agarrando el perrito
“Snoopy” de peluche que tenía en la mesilla de noche junto al despertador. Lo
giró, bajó la vieja cremallera y sacó la servilleta firmada por los dos. El
papel estaba amarillento. ¿Cuándo fue la última vez que la había mirado?. Casi
no se podía leer nada. Corrió a la ventana y puso la servilleta contra el
cristal. Allí estaba. La tenía. Y los rayos del sol atravesaron la ventana,
iluminaron la servilleta y sus preciosos ojos verdes se abrieron como aquel día
viendo a Juanito correr… Allí estaban, los redondos trazos de rotulador podían
aún leerse con la luz del amanecer. Unos rayos de sol que le calentaron las
manos y el pecho…
-
¡Qué recuerdos, qué momentos, qué ilusión! - Veinticinco años sin verlo y sin
saber de él. Estaba guapo, aún conservaba esos ojos marrones tan vivos y esa
sonrisa de medio lado que hacía que fuera el único con el que quería jugar en
los columpios.
Hacía
unas semanas que Lucía había empezado a salir con un chico del trabajo que
había estado insistiéndole durante todo el último año. Pero en aquel instante,
en ese momento en que Lucía vio junto a la ventana de su dormitorio que su
letra y la de Juanito aún eran visibles en aquella vieja servilleta guardada en
un peluche, tembló y sintió algo tan fuerte que sabía que a pesar de los veinticinco años de distancia, un contrato era un contrato, y algo en su corazón le decía
que tenía muchas posibilidades de cumplirlo.
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